miércoles, 28 de julio de 2021

SOBRE LA LEGITIMIDAD DEMOCRÁTICA EN LATINOAMÉRICA

Diálogo y Reconocimiento como fundamentos normativos de un Estado de Derecho


A través de la historia se han desarrollado diversos conflictos sociales que cuestionan el orden establecido. Hace un tiempo la idea de democracia ha sido vista como una forma de mermar o resolver las disputas de la población haciéndola parte de la toma de decisiones a través, sobre todo, de la representación. Sin embargo, en Latinoamérica (y, últimamente, parece estar sumándose Norteamérica) hemos visto una suerte de conflictos sociales teniendo como protagonistas sectores sociales sistemáticamente marginados (población andina, amazónica, los pueblos originarios o incluso los afroamericanos). Lo que podría decir que la democracia no está funcionando como debería quizás porque no se sostiene en la práctica debido a una serie de factores que intentaremos señalar en este artículo, pero que sobre todo se relacionan a la falta de un diálogo simétrico, una acción comunicativa y un reconocimiento intersubjetivo en las políticas sociales contemporáneas. Y como esto implica una falla central que impide que se den otros factores que legitimen un Estado de Derecho.

La Escuela de Frankfurt surge en una época crucial, intenta analizar y resolver conflictos como el de la II Guerra Mundial y lo que esta significó para la humanidad. Asimismo, desarrolla la Teoría Crítica como crítica a la razón instrumental pues sus integrantes consideran que esta ha llevado al dominio del individuo con el fin de tornarlos productivos para el sistema capitalista. En este contexto llegan autores como Habermas y Honneth, pertenecientes a la llamada II Generación de la Escuela de Frankfurt. Habermas realiza una crítica al capitalismo tardío tomando al lenguaje y la interacción entre los seres humanos como base de su crítica, apostando por un giro intersubjetivo, donde una teoría de la sociedad basada en la razón comunicativa llevaría a una ética discursiva presente en el derecho que sustente los valores realmente democráticos. Honneth, partiendo del giro propuesto por Habermas, realiza un análisis del orden social contemporáneo para comprender las condiciones y expectativas normativas implicadas en la formación de un reconocimiento social entre grupos pertenecientes a la misma comunidad y la supuesta progresión moral posible gracias a lo que él denomina “lucha por el reconocimiento”. Emprende así la tarea de apoyar el proceso de cambios sociales desde esa perspectiva con la intención de superar el utilitarismo científico-social que le precedía. Utilizaremos estos autores para confirmar que no es posible alcanzar una sociedad realmente democrática si no se cumplen los requisitos necesarios para el diálogo simétrico y el reconocimiento que garantice una adecuada integración social desde una configuración político-social y también normativa.

I. HABERMAS: RAZÓN COMUNICATIVA Y DEMOCRACIA

BASES DE LA COMUNICACIÓN: LA ACCIÓN COMUNICATIVA Y SU RELACIÓN CON LA DEMOCRACIA.

Jürgen Habermas es uno de los pensadores más destacados e influyentes del siglo XX parte de la llamada segunda generación de la Escuela de Frankfurt. Ha aportado tanto a la filosofía del lenguaje como a la teoría sociológica moderna. En este apartado haremos una aproximación teórica a las bases de la Teoría de la Acción Comunicativa y su aporte al giro intersubjetivo mencionado. A través de La Teoría de la Acción Comunicativa (2001) una obra de Habermas que explica la teoría de la acción y su fundamento racional, donde el filósofo apuesta por un formalismo procedimental al momento de comprender la razón, a través de una racionalidad crítica y reflexiva que incluya una razón comunicativa que permita la cohesión entre individuos de manera pragmática. “Se trata de una racionalidad que permite coordinar y reproducir procesos sociales tan cotidianos a todos los niveles como son la socialización, la integración social o la legitimación.” (Noguera, 1996, p. 140)

En este sentido, la acción comunicativa, como acción social, sería aquella actividad orientada al entendimiento intersubjetivo que a su vez se orienta a su realización en el mundo fáctico a través de lo que Habermas denomina “Mundo de la vida”, donde la comunicación se reproduce en tres aspectos: El cultural, el social y el de la personalidad. Que a su vez representan tres mundos: el mundo Objetivo, el mundo Social y el mundo Subjetivo. El primer aspecto radica en las costumbres y la reproducción cultural de los grupos sociales, el segundo, consiste en las relaciones interpersonales entre los sujetos, las cuales aseguran una adecuada integración social; y tercero se basa en el desarrollo de la personalidad y la identidad del individuo a través de sus relaciones intersubjetivas.

Esta acción genera normas éticas y presupuestos capaces de darle valor y resultados al diálogo con el fin de lograr consensos y así ir desarrollando una Ética Discursiva que permita la prevalencia de valores de igualdad y justicia, para lo cual se debe contar con valores como verdad, rectitud y veracidad, como veremos a continuación.

En este sentido, se analiza la racionalidad sustantiva presente en el mundo de la vida, el cual sería el trasfondo de la acción comunicativa. “Este mundo de la vida intersubjetivamente compartido constituye el trasfondo de la acción comunicativa” (Habermas, 2001, p. 119). El Mundo de la Vida constituyen los aspectos intersubjetivos donde se desarrollan las creencias, vivencias y experiencias. Asimismo, diría Habermas, existe el Sistema, como el sistema político o económico donde estamos inmersos. Un sistema que responde a lógicas propias, como la lógica del mercado. “Ello es lo que ocurre, en concreto, con el sistema económico capitalista de mercado -que se regula a través del medio (dinero-, y con el sistema administrativo del Estado moderno -que se regula a través del medio (poder).” (Noguera, 1996, p. 148)

En este sentido Habermas muestra la dicotomía presente en el capitalismo tardío, donde el mundo de la vida está siendo colonizado por el sistema, que invade todos los aspectos de nuestra vida, “independientemente de su voluntad y su conciencia” (Noguera, 1996, p. 148). Esto se debe a que estos mecanismos sistémicos, como la burocratización y la monetización, ya que estas “perturban las funciones de reproducción sirnbólica de ese mundo de la vida, generando patologías sociales de diversos tipos. (…) Habermas le da el nombre de colonización del mundo de la vida por el Sistema” (Noguera, 1996, p. 149).

En este sentido, Habermas afirma que existe una suerte de centralidad en la comprensión del mundo, por lo que es necesario ese entendimiento comunicativo entre los agentes racionales a través de una “descentración” que parta de la racionalidad comunicativa y de un discurso racional con pretensión de validez y susceptible a crítica.  Asimismo, "las pretensiones de validez (verdad preposicional, rectitud normativa y veracidad expresiva) caracterizan diversas categorías de un saber que se encarna en manifestaciones o emisiones simbólicas" (Habermas, 2001, p. 110) Es decir, la veracidad (verdad preposicional), la rectitud normativa y la sinceridad (veracidad expresiva) son necesarias diría Habermas para el éxito de la Acción Comunicativa como tal, lo que garantizaría la democracia que este considera legítima, donde no el mundo de la vida no se vea “distorsionado por procesos de monetización y burocratización que provienen, respectivamente, de los subsistemas económico y político-administrativo“. (Noguera, 1996, p. 149)

Para concluir este apartado, podemos ver que la Acción comunicativa como tal tendría el potencial de “configurar procesos de ilustración donde la comunicación no se instrumentalice con fines estratégicos, sino que sirva a la formación de una voluntad racional” (Noguera, 1996, p. 150) Para lo cual es necesario explicar en qué medida esta comunicación puede ser usada como base del derecho que sostiene un estado democrático.

FACTIBILIDAD Y VALIDEZ: ESTADO DE DERECHO

Habermas le dará una relevancia importante al problema del derecho moderno como forma de sustento de las sociedades democráticas, visibiliza el potencial normativo inscrito en el sistema jurídico para sostener una democracia constitucional. Por lo que hace una relación entre la filosofía y el derecho que permitan la formación de un Estado realmente democrático con pretensiones de justicia social. Al buscar una suerte de fundamentación normativa del orden democrático en contexto de una sociedad moderna como forma de contrarrestar la imposición del sistema ya que esta “constituye una amenaza para la comunicación cotidiana como lógica del mundo de la vida” (Díaz, 2007, p. 17).

Con respecto a la democracia, partiremos de la idea habermasiana de la misma que incluye la formación de un Estado de Derecho, donde los ciudadanos se convierten en autores de su derecho, además de partícipes de la toma de decisiones. Es una especie de “auto-organización política de la sociedad en su conjunto” (Díaz, 2007, p. 18). Para Habermas la democracia busca una representación ciudadana para disolver el poder burocrático y centralizado en el aparato estatal y el sistema como tal, donde el ciudadano busque en la forma comunicativa su propia autodeterminación, donde los ciudadanos libres e iguales puedan formar un sistema de derechos con relaciones simétricas de reconocimiento. Es por ello que Habermas comprende a los derechos ciudadanos como “libertades positivas que permiten que aquellos se conviertan en actores y autores de una comunidad de libres e iguales” (Díaz, 2007, p. 18). 

En este punto me gustaría traer a colación la pretensión de legitimidad de un Estado Democrático, construyendo la idea de un Estado de derecho desde el procedimiento propio de una reconstrucción racional que parta de un diálogo propio de la razón comunicativa, entre los actores sociales que permitan su adecuada representación a través de la factibilidad que surge a partir de las normas jurídicas y la validez moral de las mismas. Ya que el derecho sería una construcción discursiva a través de acuerdos racionales que le da legitimidad y validez a los procedimientos democráticos para que funcionen como expresión de la voluntad de los diferentes actores sociales. En este sentido, y con respecto a la acción comunicativa como principio democrático, podemos observar en el libro "Facticidad y Validez" (2010), donde Habermas describe la razón comunicativa como configuración de la racionalidad de la acción orientada al entendimiento, para armar un paradigma comunicativo del derecho.

Para comprender mejor esto, podríamos decir que la legitimidad del derecho para Habermas radica en su racionalidad, una que provenga de la argumentación y el diálogo simétrico. Asimismo, esta validez surgida de la argumentación precisa ser reforzada por la acción concreta en cuando facticidad del derecho. En este sentido Habermas afirmaría que la única forma de dar legitimidad al Estado de Derecho es el procedimiento democrático que permite el desarrollo y la producción de normas.  “La legitimidad la constituye el procedimiento democrático de producción del derecho" (Habermas, 2010, p. 646). Por lo que podemos afirmar que la validez generada a partir de la argumentación se refuerza a través de la facticidad legal. Ya que en las sociedades modernas evidentemente pluralistas es necesario concertar las diferentes visiones del mundo para lograr una cohesión social expresada en el derecho y que esto es lo que le daría legitimidad al Estado.

Con respecto a esta pretensión de legitimidad, para Habermas el Estado de derecho fundado en la soberanía popular precisa de la autonomía moral y política de los individuos dentro del mismo en cuanto sujetos libres y plurales. En este sentido, Habermas dejará en claro que la teoría del derecho precisa de reconocimiento para ser parte de un Estado de derecho. Es decir, una relación simétrica “junto con la estabilización de expectativas de comportamiento el derecho asegura a la vez las relaciones simétricas de reconocimiento recíproco entre portadores abstractos de derechos subjetivos.” (Habermas, 2010, p. 647)

Allí encontramos semejanzas estructurales entre la acción comunicativa y el derecho ya que "las formas de una acción comunicativa que se ha vuelto reflexiva, desempeñan un papel constitutivo en la producción (y aplicación) de las normas jurídicas." Para decirlo de otra forma, los términos procedimentales que implica la creación de un estado de derecho, o en general el procedimiento democrático como tal institucionaliza las formas comunicativas que permiten la creación y formulación racional de la voluntad política. Así se busca que el discurso moral propio del derecho jurídico le dé un poder fáctico en el marco social y estatal. Una vía procedimental que al no cumplirse o agotarse desintegre el Estado de derecho como tal. Por lo que este debe estar en constante evaluación y abierto a diversas consideraciones con el fin de que la voluntad política de los actores sociales sea representada y debidamente institucionalizada. “Un programa jurídico se muestra como discriminatorio cuando es insensible frente a las consecuencias limitadoras de la libertad que tienen las desigualdades fácticas”. (Habermas, 2010, p. 503)

En este sentido, es importante resaltar que el carácter universal del enunciado normativo o del derecho como tal se ve limitada o impedida a través de diversas particularidades presentadas en cada contexto. La pretensión universalizante de Habermas solo se aplica en un Estado o una sociedad donde se den las debidas condiciones del habla, el entendimiento de la mano de la razón comunicativa. Solo así el procedimiento democrático propuesto por el autor adquiriría validez. Para lo cual todos los ciudadanos deben participar en la elaboración de las normas que rijan la sociedad, o, al menos, haber tenido la oportunidad de hacerlo. En otras palabras, esta forma de auto comprensión colectiva es necesaria para lograr la legitimización del proceso donde se buscaría que el discurso racional propio de la voluntad popular sea institucionalizado, esto mismo lo podemos observar en la Constitución del Estado a través del procedimiento discursivo del discurso racional y la elaboración del conjunto de leyes que rijan determinada sociedad.

En este sentido vamos entrando a la dificultad que presentamos existe en América Latina, puesto que incluso textos constitucionales que rigen el supuesto estado democrático han sido, en varios casos, realizados en momentos donde el Estado de Derecho se ha visto interrumpido, como en evidentes golpes de Estado, un ejemplo es la constitución de Pinochet y la de Fujimori. Ambas formadas en dictadura. Además, al ver los redactores de las mismas, podemos notar que no cumplen las condiciones básicas de representación o incluso posibilidad de representación. Por otro lado, también es clara la interferencia de los medios de comunicación en el ciudadano que debería poseer autonomía política, pero estos medios responden a intereses particulares propios de la misma clase empresarial que sostiene la constitución creada en dictadura. Sin embargo, la constitución debería presentarse como “un todo dinámico, en el que en cada caso hay que establecer un equílibrio ad hoc entre el bien particular y el bien común” (Habermas, 2010, p. 552). Así Habermas defiende la idea de “patriotismo constitucional” a la hora de contemplar que al menos esa puede ser la fuente jurídica en común que todos los ciudadanos compartan, para que sirva de denominador común en una sociedad claramente multicultural con diferentes cosmovisiones y formas de vida.  “un patriotismo de la Constitución, que simultáneamente agudiza el sentido para la pluralidad e integridad de las diversas formas de vida que conviven en una sociedad multicultural” (Habermas, 2010, p. 628) No contemplando el texto constitucional como algo firme e inmutable, sino como algo dinámico que sirva como forma de cohesión social y sea debidamente valorada por los ciudadanos, para lo cual debe contar con una representación igualitaria de todos los sectores de la sociedad.

De esta forma, se establece la relación entre la razón comunicativa y el derecho constitucional, una normativa basada en una razón comunicativa y su institucionalización como forma de validez del estado democrático. Por lo que el derecho solo sería legítimo si proviene de una racionalidad comunicativa, a partir de la deliberación o asambleas que permitan el diálogo de igual a igual. Donde exista una institucionalización del discurso y espacios donde se puedan deliberar, como un parlamento o una asamblea, mientras que, a su vez, hay que generar discursos entre la sociedad civil.

La ética del discurso sustentada en la teoría de la argumentación, asegura una moralidad que puede hacer frente a las nuevas decisiones políticas que habrán de asumirse para emanciparnos. Sólo así puede transmitirse la experiencia del reconocimiento mutuo y la igualdad propia de las <relaciones cara a cara> a una sociedad constituida por personas que se relacionan <anónimamente>, como extraños.” (Díaz, p. 17)

En síntesis, a través de estos procesos democráticos basados en la comunicación podríamos emanciparnos de la dominación que supone el sistema para construir una voluntad colectiva fundada en los procedimientos comunicativos que guiarían las interacciones entre la ciudadanía y el Estado, donde prevalezcan los principios de igualdad en la praxis social y exista el respeto y el reconocimiento mutuo. 

II.            HONNETH: CONFLICTOS SOCIALES Y LUCHA POR EL RECONOCIMIENTO

FORMAS DE DESPRECIO SOCIAL: INVISIBILIZACIÓN, REIFICACIÓN

A continuación, traeremos a colación el concepto de reificación e invisibilización en Honneth (2011) para comprender la forma en la que se manifiestan una suerte de desprecio social que revela las fallas en las expectativas de reconocimiento de algunos sectores sociales. El término de reificación hace alusión al trato de sujeto a objeto que se tiene dentro de la sociedad cuando al sujeto se le niega un trato humano, es decir, un trato que implique reconocimiento, es, una acción que implica el “conocer” sin el “reconocer”, sin darle el trato que corresponde a un sujeto en igualdad de derechos. Por otro lado, la invisibilidad social que plantea el autor se da en la medida en la cual determinados sujetos son excluidos de esa forma de reconocimiento, sectores de la población ignorados, menospreciados, sin voz, con sus derechos limitados y su dignidad amenazada. No son reconocidos en su propia particularidad, en su propio Mundo de la Vida, son vistos como extraños en su propia tierra, pues no tienen voz ni voto en decisiones que les conciernen. Al negar reconocimiento de un sujeto dentro de la sociedad, se le está invisibilizando socialmente, lo que implica que este sujeto se sentirá en cierta medida desconectado de su entorno, formando sociedades fragmentadas y mostrando una clara falta de cohesión social entre sus ciudadanos. Son variados los daños que producen las faltas de reconocimiento en las diferentes esferas generan lo que el autor denomina una sociedad del desprecio, en la esfera del amor vemos maltrato, violaciones, asesinatos, discriminación, estigmatización, violación de derechos, etc.

Honneth (1997) plantea el uso del proceso que él denomina “lucha por el reconocimiento” como una forma de reivindicación social en las sociedades democráticas de la actualidad, que a su vez conllevaría a una suerte de “progreso moral” (p. 203) integrando a grupos usualmente marginados a la formación de un Estado pluricultural que respete a cada uno como un sujeto de derechos en igualdad de condiciones y así se construya un horizonte ético abierto y plural que coincida con las condiciones morales del derecho jurídico moderno.

HACIA UN CONCEPTO FORMAL DE ETICIDAD

En el caso de Latinoamérica encontramos una variedad de conflictos sociales existentes que nos pueden mostrar que exista una lucha por el reconocimiento de determinados grupos sociales, se puede comprender como una forma de opresión neocolonial en el sentido de que son los mismos grupos sociales explotados los que ahora reclaman ser tomados en consideración en la formación del poder político y el derecho. Lo podemos ver ahora último en Bolivia, Chile y Perú, la participación de tribus originarias o campesinos rurales en la política de Bolivia y Perú y, dentro del marco legal, en la formación de una nueva constitución en Chile. Para comprender este hecho quisiera traer la Teoría del Reconocimiento de Áxel Honneth y la lógica moral de los conflictos sociales que se observa en su obra, porque considero completa la idea habermasiana en cuanto a una teoría de justicia desde una perspectiva social para que sirva como aporte en la formación de un Estado democrático.

Áxel Honneth recupera, desde una perspectiva Hegeliana, una forma de entender la justicia desde el encuentro con la sociedad y sus conflictos, considera a los conflictos sociales como impulsores de luchas por el reconocimiento evidenciando “la conexión entre el menosprecio moral y las luchas sociales.” (Honneth, 1997, p. 195) destacando el papel de los ciudadanos en la formación de una “voluntad política pública, como condición indispensable para el diseño de metas comunes, donde todos nos sintamos comprometidos a apoyarlas y a aprender a reconocer en el otro, parte de mi propio proyecto ético-político.”  (Carrasquilla, 2017, p. 129)

Tras esta lógica del reconocimiento está el concepto de eticidad de Honneth donde tras la lucha con el fin de lograr una resolución del conflicto se debe pasar a la praxis a través del derecho que “organiza el poder político y la política termina legitimándose en cierto procedimentalismo jurídico.”. (Carrasquilla, 2017, p. 130) El autor también explica cómo los trastornos socio-estructurales han dado el impulso a toda una serie de movimientos políticos que buscan alcanzar grados de autorrealización individual y colectiva, pero considera que sus exigencias sólo podrán ser satisfechas a largo plazo si alcanzamos ciertas transformaciones culturales y normativas que permitan ampliar las relaciones de reconocimiento a partir de la formación de un concepto formal de eticidad. “Con el concepto de eticidad ahora se designa el conjunto de condiciones intersubjetivas de las que puede demostrarse que, como presupuestos necesarios, sirven para la autorrealización individual.” (Honneth, 1997, p. 208)

III.           CONCLUSIONES

Está clara la relación entre los conflictos sociales y la resolución de estos a través del marco jurídico como expresión de la formación de una sociedad más justa y democrática. Como reconoció Habermas (2010) en “Factibilidad y validez”:

Las relaciones concretas de reconocimiento, que un orden jurídico legítimo no hace sino sellar, provienen siempre de una «lucha por el reconocimiento»; esta lucha viene motivada por el sufrimiento que produce el desprecio concreto de que uno es objeto y por la rebelión contra él. Son, como ha mostrado A. Honneth, experiencias de humillación de la dignidad humana. (p. 511)

También considero necesario recalcar el papel de las relaciones de reconocimiento y sus fallas en las sociedades actuales latinoamericanas, por esas experiencias de humillación donde ciertos sectores sociales son menospreciados por el Estado y por un gran número de sus integrantes.  En base al principio de igualdad podemos reconocer la necesidad del Estado de eliminar los obstáculos que impiden la visibilidad de estos grupos marginados y su realización como parte del todo social, incluyendo un reconocimiento en el marco normativo propio de una democracia constitucional.

Este análisis es mucho más amplio de lo que he podido tocar en este breve artículo, pero puedo concluir la necesidad de llevar a cabo una suerte de reformas sociales y jurídicas que permitan la concreción de las demandas de reconocimiento que hemos podido visualizar en los diversos conflictos sociales presentes en la actualidad en Latinoamérica que responden incluso a un giro de-colonial propio de una filosofía de carácter emancipador que justamente permita que estas demandas sean respondidas con el carácter de urgencia que estas ameritan, pues aún hoy, cientos de años después de la independencia, existen grupos sociales que aún se sienten fuera del Estado de derecho, ignorados, invisibilizados, sujetos que sufrieron una clara imposición en su modo de vida. Por lo que es necesario visibilizar estas demandas y, para ser justos, crear nuevas normas en conjunto, y, por qué no, una constitución que los incluya y construya una democracia de carácter plural desde una fundamentación moral sólida, como diría Habermas, para que pueda servir como forma de legitimización del Estado de derecho, a través de lo que podría ser una asamblea constituyente donde la ciudadanía pueda a través de sus representantes resolver mediante la comunicación sus necesidades y demandas y así construir en conjunto un discurso a través de relaciones simétricas de reconocimiento, libertad e igualdad. Es decir, una constitución hecha en democracia para la formación de una verdadera democracia.


                                                                                                                


                                                                                                             Matilde Carreón García-Bedoya

Bibliografía

Habermas, J. (2010), Facticidad y validez (Vol.1), Madrid: Editorial Taurus. 6.ª edición. Madrid: Editorial Trotta.

Habermas, J. (2001), Teoría de la Acción Comunicativa (Vol.1), Madrid: Editorial Taurus.

Honneth, A. (2011), La sociedad del desprecio. Edición y traducción de Benno Herzog, Francesc J, Hernàndez. Madrid: Editorial Trotta. 

Honneth, A. (1997), La lucha por el reconocimiento, por una gramática moral de los conflictos sociales. Barcelona: Editorial Crítica

Noguera, J. (1996), La teoría crítica: de Frankfurt a Habermas. Una traducción de la teoría de la acción comunicativa a la sociología. Papers: revista de sociología N° 50, pp. 133-153.

Díaz, Z. (2007), J. Habermas: Lenguaje y diálogo, el rol del entendimiento intersubjetivo en la sociedad moderna. Utopía y Praxis Latinoamericana, Vol.12, N° 39

Campbell, U. (2016), Facticidad y validez: Teoría del Derecho de Habermas La acción comunicativa como principio democrático. Revista Heurística, p. 105.

Romero, J. (2009), J. Habermas, A. Honneth y las bases normativas de la teoría crítica. Constelaciones: Revista de Teoría Crítica, Vol. 1, pp. 72-87.

Fraiman, J. (2016), Gramática moral de los conflictos sociales de Habermas a Honneth. ¿hacia una nueva teoría de la racionalidad? ISBN 978-987-575-164-4.

Carrasquilla, J. (2017), Las luchas por el reconocimiento dinamizan el Derecho y la Política en los Estados democráticos constitucionales: a propósito de Habermas y Honneth. Franciscanum, Vol. 59, N° 168, pp. 115-143.

Faundes, J. (2017), Honneth y la demanda por el reconocimiento intercultural de los pueblos indígenas. Perfiles Latinoamericanos, Vol N° 25, N° 49, pp. 303-323.

 

 

 

domingo, 11 de julio de 2021

LA AMENAZA CAPITALISTA: Un análisis de un modelo de desarrollo incompatible con una ética ecológica

                                Sólo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado, y el último pez                                 atrapado, te darás cuenta que no puedes comer dinero.         
                                                                                                                      Proverbio Indoamericano

                                                                                                                                                                   Estamos frente a la mayor crisis ecológica de la historia. La situación es de extrema gravedad, sin embargo, pareciera que la preocupación por la devastación ambiental es relativamente reciente y vista muchas veces como una preocupación meramente superficial, sobre todo, si no se toma en cuenta las causas sociales, económicas, productivas y hasta psicológicas que configuraron el surgimiento de la crisis actual. Reconocer la raíz del problema, aquello que amenaza con destruirnos como especie, es el primer paso para la creación de alternativas sostenibles que nos permitan evadir (o al menos retrasar), lo que, todo indica, podría significar el fin de la especie humana como la conocemos. Esta amenaza al ecosistema está presente en todas partes, tanto en los suelos, como en los mares y en el aire, como también está presente en la economía, en la política y la psique humana. Es una amenaza que invade todas las áreas de la vida y la tierra: El capitalismo. El siguiente paso es percibir la necesidad de un cambio que radique no solo en las formas de producción y los niveles de consumo, sino también un giro de pensamiento que contemple al ser humano como parte de la naturaleza, en vez de asumirse como dueño de la misma. Empezaremos con un diagnóstico de la situación actual para percibir la gravedad de la crisis ambiental a través de Naess y Arias que nos dará un aporte más contemporáneo. Luego nos enfocaremos en la crítica al capitalismo y el análisis del modelo de racionalidad presente y cómo éste fue causante de la grave situación ambiental. Iremos desde la formación de una sociedad con un criterio de progreso insostenible a largo plazo por sus medidas claramente destructivas, en este punto presentaremos, a través de Foster Bellamy, la tesis marxiana de la fractura metabólica que este sistema representó en la relación del ser humano y la naturaleza por medio del modelo económico y sistema productivo. Hasta el análisis de la formación del sujeto capitalista, con su consumismo desmedido y narcisismo constante, propio de una cultura individualista y peligrosamente antropocéntrica, para lo cual traeremos a colación a Jappe.  Por último, elaboraremos una breve conclusión que incluya las posibles medidas a tomar para generar un modelo de desarrollo que sea compatible con una ética ecológica.


LA CRISIS AMBIENTAL

El problema

Empecemos haciendo un diagnóstico de la grave situación actual a través de un antecedente relativamente reciente, Arne Naess un filósofo que aportó mucho a la conciencia ambiental y a la formación de una filosofía de carácter ecológica, una ecología profunda que buscó una forma de comprender la peligrosa situación a la que nos dirigíamos. Naess, en su libro “Ecología, diversidad y estilo de vida” (1974), afirmó la existencia de una cultura global de carácter primariamente tecno-industrial que estaba invadiendo el mundo degradando las condiciones de vida de las futuras generaciones generando una “devastación ambiental creciente de manera exponencial, parcial o totalmente irreversible, perpetuada a través de modos de producción y consumo  firmemente establecidos y una falta de políticas adecuadas respecto del incremento de la población humana” (p. 63).

El autor intentará llegar a entender y profundizar sobre esta cultura y lo que supone para el medio ambiente, además, intentará plantear formas en las que la reflexión y el actuar humano con respecto a la naturaleza surja de un principio de respeto y pertenencia, o, mejor dicho, de armonía; dejando de lado el extremo antropocentrismo y la idea de posesión sobre la naturaleza. Asimismo, afirma la necesidad de presuponer una teoría ética mínima con respecto a las acciones que el ser humano realiza en su entorno. Es decir, es necesario contemplar una ética donde un cambio como el deterioro o la devastación fuera considerado necesariamente de carácter negativo, por ejemplo, un cambio en las condiciones del río o del océano que no contemple la reacción de las diferentes formas de vida que allí habitan, esto también debería tener un claro valor negativo, al igual que cualquier atentado contra la diversidad y el delicado equilibrio natural.

En este sentido, es necesaria la existencia de una clara valoración en cuánto al cambio climático, una suerte de fundamento básico para una ética ambientalista que sea compartido por toda la humanidad, un fundamento basado en hechos indeseables que debemos urgentemente valorar como negativos, como, por ejemplo, la devastación de la diversidad, la deforestación indiscriminada de la Amazonía, los derrames crónicos de petróleo en el mar, la erosión de los suelos… En fin, hechos que deberían valorarse de manera negativa si lo que queremos es preservar el ecosistema, que, hay que enfatizar, es nuestro hogar. Porque ese es precisamente el principal riesgo de la situación actual sometida a un mundo mayoritariamente capitalista, la relevancia de la naturaleza es cuestionada, no nos sentimos parte del entorno, sino sus propietarios. La naturaleza no es vista como un fin en sí mismo como veremos más adelante, por lo que difícilmente podemos afirmar que el ser humano tiene como objetivo preservar el ecosistema, por una sencilla razón: el modelo económico-social imperante no lo permite.

Diagnóstico de la situación actual

Para comprender con un poco más de detalle la gravedad de la situación, Asier Arias en su libro "La economía política del desastre" (2018) afirmaba que, si la conducta humana seguía igual y las emisiones de carbono se mantenían en niveles semejantes, en el año 2020 podríamos estar en un punto de no retorno. Podrían ser unos años después declara siendo optimista. Me atrevo a decir que no se esperaba una pandemia de la magnitud de la que ahora estamos viviendo, que debo admitir debió otorgar, aunque sea un respiro al ecosistema por aquellos meses en que el mundo se "paralizó” con la paralización de la economía y el confinamiento. Además, claro, la lamentable reducción de la densidad poblacional debido a la enfermedad también podrá tener a la larga resultados positivos al ecosistema. De todas formas, Arias ya advertía todas las consecuencias que los tratos al medio ambiente podrían acarrear, incluyendo en sus predicciones las epidemias, puesto que estas también son consecuencia del impacto que el ser humano está haciendo en su entorno afectando la biodiversidad y el habitad de muchas especies, facilitando la trasmisión de enfermedades provenientes de los animales.

"Las sequías, las olas de frío y de calor, el aumento del nivel del mar, la acidificación oceánica, la magnitud de los huracanes e inundaciones y, por supuesto, las consecuencias humanas de todos estos procesos —escasez de alimentos y agua potable, desplazamientos masivos de población, epidemias, etc.—" (2018, p. 44)

Asier sostiene que existen dos procesos que, interrelacionados, producen esa peligrosa modificación en la biosfera: “el cambio climático y la drástica reducción de la biodiversidad que de forma creciente experimentan los ecosistemas a lo largo y ancho del globo.” (p. 7) Esta relación es evidente ya que el cambio climático afecta directamente la diversidad biológica. De hecho, el autor afirma que, como consecuencia del cambio climático, la biodiversidad de algunos ecosistemas podría reducirse en un 80% antes del fin del siglo. Es en ese sentido que la comunidad científica, biólogos, geólogos, entre otros especialistas, se refiere a la drástica reducción de la biodiversidad como “la sexta extinción masiva de la vida en el planeta Tierra” (p. 11).

De hecho Arias hace referencia a una publicación en Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America del 2017 donde se evalúa a nivel global el curso de la sexta extinción masiva (la que se está dando actualmente).  Donde se analiza no solo las especies ya desaparecidas, sino en la pérdida de biodiversidad presente en la biosfera en las últimas décadas con respecto a las especies que aún no se han extinto, pero sí han sufrido diversas afectaciones. En este análisis se encontró que "las extinciones antropogénicas de poblaciones suponen una erosión masiva de la mayor diversidad biológica de la historia de la Tierra” (p. 13) Y al explicar las causas es evidente que el actual ritmo creciente de consumo, sobreexplotación, invasión, contaminación. En sí el consumo excesivo (principalmente por parte de los más ricos) sumado a la superpoblación humana son motores claves para comprender que no estamos considerando la finitud de los recursos naturales.

En síntesis, la situación es, en efecto, extremadamente grave. Por lo que es necesario ahondar en la raíz de esta crisis, para ello, consideramos que analizar el sistema económico-social que impera en el mundo contemporáneo es la mejor forma de entender las causas de haber podido llegar tan lejos en nuestro desprecio al medio ambiente, para, quizás así, comenzar a encontrar las posibles vías de solución de un problema que, lamentablemente, parece no tener ninguna, porque, como enfatiza Arias en su libro, “la sexta extinción en masa ya está aquí y la ventana para una acción efectiva es muy corta, probablemente de dos o tres décadas como mucho" (p. 13).

 

2.    EL CAPITALISMO COMO CAUSA

Para introducirnos en el capitalismo como raíz del problema actual, primero veamos cómo se distribuye la riqueza y el consumo, Arias nos comenta que, debido a su consumo excesivo, menos del 20% de la población es responsable de la gran mayoría del impacto humano sobre el medio ambiente. Asimismo, afirma que, en cuanto a la distribución de riqueza: “si en 1960 la diferencia de ingresos entre el 20% más rico de la población mundial y el 20% más pobre era de 30 a 1 y en 1990 de 60 a 1, hoy, esa proporción es, aproximadamente, de 80 a 1.” (2018, p. 79) De hecho afirma que el aumento del PBI en los países occidentales en las últimas décadas se ha visto acompañada de un evidente aumento en los niveles de desigualdad, junto con mayores niveles de desempleo y un aumento de número de personas pertenecientes a los sectores más pobres de la sociedad. En este sentido, diría Chomsky (a través de Arias) que el aumento de la desigualdad presente en el modelo neoliberal no es motivo de sorpresa, sino que lo que debemos preguntarnos es “¿cómo ha logrado imponerse un sistema económico tan disfuncional?”. ¿De dónde y cómo surge este modelo que no solo no ha ayudado a los seres humanos a alcanzar una vida digna, sino que pone en riesgo la propia supervivencia de la especie humana?

La fractura metabólica

Para comprender la grave situación actual en la que nos encontramos, nos vamos a remitir, (a través de Bellamy Foster) al planteamiento Marxista con respecto a la relación metabólica presente entre el ser humano y la naturaleza, pues este afirma que actualmente en ella se presentaría una clara fractura. A pesar de que, como diría Marx, el ser humano está innegablemente unido, física y psíquicamente, a la naturaleza. Depende de ella, es parte de ella. Este enfoque dialéctico-materialista nos permite ahondar en la raíz de la dinámica existente entre la humanidad y su entorno en el contexto de una sociedad capitalista. Para ello es preciso utilizar conceptos de las ciencias naturales, pero también sociales y humanas, pues solo una visión integral de la situación nos permitirá encontrar las verdaderas causas de nuestro trato para con la naturaleza. Foster (2000) se suma a la crítica de los sociólogos ambientalistas con relación al pensamiento social clásico, pues considera que niega la prioridad ontológica del mundo natural” además, de percibir a la naturaleza como propiedad del ser humano, como parte de su desarrollo. Y es así cómo podemos percibir un claro “reflejo de un antropocentrismo profundamente arraigado, de un acercamiento instrumentalista a la naturaleza, y de la no consideración de los limites naturales” (p. 40). Lo que consideramos también gran parte del problema en cuestión, el antropocentrismo, la razón instrumental y la ignorancia (o insensatez) con respecto a los límites de la naturaleza y sus recursos.

Con el fin de comprender la relación entre la evolución humana, las relaciones sociales y la naturaleza. Ya que estas pueden modificarse mutuamente. Para comprender esta relación, es necesario entender el papel de la actividad productiva, porque es a partir de allí que se genera una relación con la naturaleza, ya que esta provee los elementos y las herramientas necesarias para la realización de la actividad. En un proceso metabólico “sano”, los humanos transforman los elementos recibidos de la naturaleza para su uso, ese es parte del cambio de materiales y energías que se da entre el ser humano y la naturaleza. En este sentido, existe una relación metabólica natural, que debería traducirse en un intercambio entre el ser humano, la sociedad y la naturaleza, formando un metabolismo social.

En efecto, en la naturaleza se encuentra el material suficiente para su subsistencia, pero a través del sistema capitalista se realiza un giro en cuanto a la visión de la subsistencia, ahora lo necesario, lo primordial es el capital. El capital producto del trabajo enajenante que se pasa a convertir en mediador entre el ser humano y la naturaleza. En este sentido, el capitalismo busca controlar y alterar el metabolismo social al convertir, por ejemplo, aquél que trabaja la tierra en un mero asalariado más, sin posibilidad de intervención sobre la actividad productiva, lo que implica una alienación que impide la propia realización a través de un poder que lo controla todo y que impulsa a un deseo incontrolable de acumulación constante. Se produce una enajenación, una separación entre el trabajador con respecto al suelo que trabaja, en otras palabras, se produce una ruptura en la relación directa entre la tierra y la población. “El desarraigo del trabajador respecto al suelo como su taller natural. Para Marx, la existencia misma del capital presu­pone un proceso histórico que disuelve las distintas formas en las que el trabajador es propietario; en las que el propietario trabaja.” (Foster, 2000, p. 262)

Con respecto a esta fractura, diría Foster, al recuperar el pensamiento de Marx, habría sido “consecuencia de las relaciones de producción capitalistas y la separación antagonista entre ciudad y campo.” (p. 220), es decir, el mismo concepto de fractura se vería evidenciado en la relación entre la ciudad y el campo. Ya que, al reducirse la población agraria y el incremento de la población urbana industrial, se produce una excesiva centralización en las ciudades, provocando una clara ruptura en el metabolismo social, además de una disminución en la fertilidad de los suelos y en general una ruptura en la misma relación del ser humano con la tierra. Es por ello que Marx afirmaría la necesidad de regular el metabolismo humano de una manera racional en su relación con la naturaleza, hazaña que este consideraría imposible para la sociedad burguesa.

Marx afirma que el capitalismo como sistema productivo deshumanizante genera esta perturbación en la relación y el equilibrio de la humanidad y su entorno. “La separación existente entre estas condiciones inorgánicas de la existencia humana y esta existencia activa, una separación que se postula por completo únicamente en la relación del trabajo asalariado con el capital.” (Marx, 1971) Esto ha generado una clara contradicción donde el ser humano, al verse separado de su entorno, ve en su propio habitad, solo un objeto más que poseer, un recurso más que explotar. En efecto, vemos que la naturaleza es parte de la praxis humana, pero es, a la vez, la totalidad de lo materialmente existente. De hecho, la naturaleza es fuente de todos los medios de trabajo e incluso del objeto a trabajar (el suelo, por ejemplo). Pero el ser humano insiste en transformar la naturaleza, alterarla a su antojo, provocando esta ruptura en la relación entre los seres humanos y la naturaleza a través de una falla en el intercambio metabólico que asimismo tiene como causa la lógica productiva, extractiva y consumista de la sociedad capitalista, donde se utilizan los materiales naturales hasta agotarlos, sin devolver más que destrucción y contaminación, sin permitir su debida regeneración y la necesaria preservación de los recursos naturales y de la naturaleza en su conjunto.

Todo esto podría ser un resumen de las causas de la fractura mencionada; sin embargo, la historia ha seguido su curso y ahora tenemos que mencionar las consecuencias de negar la prioridad ontológica que debería tener el medio ambiente, que debería, como diría Naess, ser valorado como un fin en sí mismo. La razón instrumental que nos lleva a ver en nuestro entorno un instrumento a utilizar más el excesivo antropocentrismo que no nos permite ver la gravedad de nuestro accionar serían las consecuencias de un sistema que prioriza esos “valores”, pero no solo eso, sino que el auge del consumismo, la acumulación de capital y la industrialización ha perjudicado el ecosistema a tal punto que podemos hablar de una clara catástrofe ecológica.

Como hemos visto, la práctica irracional del ser humano en la producción capitalista en cuanto a la naturaleza y el uso de sus recursos, puede ser vista en la explotación social y económica, además de la explotación natural y la organización social del territorio, como hemos mencionado. Por otro lado, también entre sus causas se encuentran la división que se produce entre el campo y la ciudad, donde la excesiva centralización impide el intercambio metabólico, adecuado en el sentido de que exista una debida retro-alimentación que contemple la regeneración y conservación de los recursos naturales. Asimismo, el capitalismo no solamente enajena al trabajador de su producto, de su actividad económica e incluso de la fuerza de su trabajo, sino que también produce una clara alienación entre el ser humano y su entorno. Es por ello que Marx piensa en reestablecer un control del metabolismo social que él percibe como quebrado. De esta forma, Marx apunta a una racionalidad ambiental a partir de una reflexión materialista, donde se busca llegar a un modo racional de dominar el metabolismo, en condiciones dignas, con menor gasto de energía y el total control por parte de los productores, todo con el fin de buscar responder a los verdaderos intereses humanos y ya no del capital.

El sujeto capitalista

Hemos mencionado el capitalismo como sistema económico-social y su relación con la naturaleza en cuánto instrumento de explotación, también hemos visto las consecuencias del excesivo consumo y el pensamiento que rige la actividad productiva y cómo esta ha generado una ruptura entre las relaciones del ser humano con su entorno, fractura que hoy presenta gravísimas consecuencias. Ahora haremos una aproximación de carácter más psicológico y antropológico para terminar con este análisis del sistema como un modelo que rige todas las áreas de la vida humana, y, además, amenaza directamente la supervivencia de la humanidad como especie que habita sobre la tierra.

Anselm Jappe en “La sociedad autófaga” (2019) hace referencia al modelo de pensamiento y la forma de vida que este sistema ha generado. Trae a colación el mito griego de Erisectón, donde un rey se devora a sí mismo por la incapacidad de saciar su hambre, considera esta una representación simbólica de lo que sucede con el ser humano y el capitalismo, estamos prestes a “devorarnos” a nosotros mismos por no poder controlar nuestra codicia y los deseos por satisfacer las necesidades creadas por el mismo sistema que nos tiene esclavizados a través de lo que denomina “fetichismo de la mercancía”, concepto introducido por Marx en El Capital (1867) como una forma de relación entre las personas y los objetos, una relación social que se expresa en el modo de producción capitalista, pero que domina todos los aspectos de la sociedad.

El fetichismo de la mercancía no es una falsa conciencia o una simple mistificación, sino una forma de existencia social total que se halla por encima de toda separación entre reproducción material y psyché porque determina las formas mismas del pensar y el actuar.” (Jappe, 2019, p. 28)

De hecho, el autor afirma que es imposible de superar la crisis ecológica dentro del marco de un sistema capitalista, incluso si realizamos algunos controles o disminuimos el consumo, ya que la raíz misma del sistema consiste en una alteración mental que impide vernos como parte del entorno. Jappe incluso realiza una crítica al "capitalismo verde" y el desarrollo sostenible en cuanto considera este una suerte de ecología superficial, que no contempla la raíz del problema como tal. Pues aquello que adquiere más valor no sería lo primordial, lo necesario, sino aquello que genere mayor valor mercantil, mayor plusvalía. Es decir, el valor mercantil prevalece sobre el valor de uso. El autor también introduce el valor como fundamento de la sociedad mercantil, sociedad sometida a la tiranía del “sujeto automático” (concepto usado para describir el valor) permanentemente inscrito en la lógica fetichista. Afirma que, en esta sociedad, dominada por el fetichismo de la mercancía, "no puede haber un verdadero sujeto humano: es el valor, en sus metamorfosis (mercancía y dinero), el que constituye el verdadero sujeto. Los «sujetos» humanos van a remolque suyo, son sus ejecutores y sus «funcionarios», los «súbditos» del sujeto automático" (p. 31).

En este sentido, tanto Marx como Jappe realizan una crítica bastante interesante sobre el concepto valor que lamentablemente no podremos profundizar en este ensayo. Pero de todas formas queremos aproximarnos a la lógica capitalista pues la consideramos retorcida y destructiva: la economía capitalista como tal no busca satisfacer necesidades existentes, sino crear nuevas para así poder desarrollar nuevas mercancías para continuar con la cadena de consumo. Hay una tendencia, un impulso hacia lo ilimitado. Algo claramente problemático cuando lidiamos con recursos limitados.

No se trata solo de una «actitud» o de una «ideología»: es la competencia en el mercado la que obliga a cada actor a participar en este juego desquiciado o desaparecer. No es difícil de comprender que aquí se hallan las raíces profundas del desastre ecológico al que conduce el capitalismo. (Jappe, 2019, p. 22)

            Desde el punto de vista psicológico se ha visto entonces la creación de un sujeto narcisista anclado a sus impulsos fetichistas relacionados con el consumo y el mercado. Es decir, el capitalismo promueve el narcisismo. De hecho, así es como Jappe se refiere a este resultado psicológico del capitalismo: "El narcisismo, por el contrario, es la forma psíquica que corresponde al sujeto automático. (…) Con su poder impersonal de igualación, el dinero siempre ha sido un vector del espíritu narcisista." (p. 168) El narcisismo podría ser visto como un rasgo de personalidad o incluso un trastorno psiquiátrico, ya que el sujeto narcisista presentaría un excesivo egocentrismo (que a nivel global se podría ver también como un antropocentrismo), una clara dificultad en reconocer sus errores, falta de empatía para con los demás (o el entorno), además de una necesidad de constante afirmación externa a través de la satisfacción de sus deseos, sin capacidad de reconocer los límites reales. Un sujeto que solo ve su reflejo y que por ello no conoce más que a sí mismo, por lo que no logra “establecer verdaderas relaciones ni con los objetos naturales, ni con los otros seres humanos”, un sujeto que al no relacionarse con su entorno “niega la objetividad del mundo exterior y el mundo exterior se le niega y rehúsa prestarle la asistencia material más elemental, como la comida” (p. 14) Todo esto se ve más claramente en la constante necesidad de éxito y el extraño, pero difundido, ideal de promoción de uno mismo como si el ser humano se tratara de una mercancía más. Lamentablemente está claro que “el narcisismo se ha convertido en la forma psíquica dominante. Es un fenómeno mundial" (Jappe, 2019, p. 311).


 

3.    CONCLUSIONES

 La absurda lógica capitalista

Como hemos visto, la lógica capitalista carece de sentido de preservación y es incompatible con una ética ambientalista. De hecho, además de difundir la explotación como accionar principal de la humanidad, también ha generado una “humanidad superflua”, e incluso de una “humanidad-desecho” que Jappe considera el principal problema del capitalismo, ya que “El capital ya no necesita a la humanidad y acaba por autodevorarse" (p. 310). Es decir, es una lógica que implica la auto depredación, una lógica que implica la destrucción misma del sujeto en cuanto sujeto. Promueve el individualismo y fomenta el narcisismo a partir del consumo desmedido y el fetichismo de la mercancía. Asimismo, el modo de producción capitalista ha ocasionado una fractura metabólica del ser humano con la naturaleza, una relación necesaria para el desarrollo de la especie humana. “El triunfo del capitalismo es también su quiebra. El valor no crea una sociedad viable, aunque fuera injusta, sino que destruye sus propias bases en todos los ámbitos.” (Jappe, p. 310)

Por otra parte, como afirmaría Marx, la industria y la agricultura explotada de forma industrial actúa en detraimiento de la fuerza de trabajo y degrada el potencial natural de la tierra. Es una lógica que arremete contra la tierra como ecosistema, pero también como generador de alimento y recursos que necesitamos para sobrevivir. En fin, es un modelo de desarrollo que garantiza un bienestar superficial a corto plazo (bienestar producto de un espejismo) y solo visible para una pequeña parte de la humanidad, a cambio de medidas claramente destructivas a mediano-largo plazo para todo el planeta y los seres que aquí habitan. Es, en efecto, una lógica absurda.

Necesidad de un giro de pensamiento

Por lo tanto, podemos ver la urgencia de lograr un giro de pensamiento que contemple el papel del ser humano como parte de su entorno, no propietario. Naess propone un pensamiento holístico donde todo esté conectado, donde comprendamos que existe un valor inherente en la naturaleza independientemente de su utilidad. Frente a la visión antropocéntrica de la ecología superficial que busca responder a los intereses humanos, plantea una ecología profunda que considere el valor de la naturaleza y del ecosistema en general. Es necesario rechazar la visión antropocéntrica del ser humano separado de su entorno, visión producto de un extremo individualismo. Al igual que debemos transformar la errónea noción de la naturaleza como un mero medio para un fin y no un fin en sí mismo, porque, al parecer, se ha intentado separar al ser humano de la naturaleza para establecer una suerte de relación amo-esclavo que contribuye a la alienación del ser humano con respecto a sí mismo, negándose a sí mismo el reconocimiento de ser parte de un todo. Si no nos sentimos parte de nuestro entorno se produce una disociación, una fragmentación del todo, una acentuación del yo y una consecuente dificultad de percibir la importancia de cualquier hecho o circunstancia exterior a nosotros.

 Hacia un sistema económico que implique una ética ambiental

Para concluir, afirmamos la necesidad de un cambio sistémico de carácter político, social y económico que incluya una ética ambiental en su formación y aplicación. Además de una revisión de los esquemas de valor y progreso, donde la calidad de vida importe más que el “nivel” de vida; donde el progreso sea real en la medida de las necesidades reales humanas y no las necesidades ficticias creadas por los intereses del mercado. Es necesario “un cambio en la ideología de la producción y el consumo no es posible sin un cambio considerable en la maquinaria económica" (Naess, p. 66). Porque, como hemos visto, el propio sistema de producción promueve la alienación y la separación del ser humano con la naturaleza. 

De hecho, podríamos esperar que la crisis ambiental inspire una nueva forma social de coexistencia que priorice las relaciones metabólicas tan relevantes para una vida digna. Es posible elegir un nuevo camino en base a nuevos criterios de progreso que estén fundamentados en la acción racional y la dignidad humana, no en las necesidades del mercado. Quizás esta esperanza sea, por lo menos, demasiado optimista; Sin embargo, considero que la esperanza es la raíz del cambio. Además, la humanidad ha cambiado de rumbo en tantas ocasiones que contemplar un modelo de desarrollo que implique una ética ecológica no suena tan descabellado tomando en cuenta los diferentes giros epistémicos por los que hemos transcurrido en la historia. Si el uso de la razón fuera suficiente ya habríamos percibido que es imposible pensar en un consumo ilimitado en un mundo con recursos finitos.

Es en este sentido que afirmamos que la actividad productiva debe ser regulada en la medida que muchas empresas (la mayoría) no considera el daño permanente que ocasionan en el ecosistema con tal de aumentar su valor en el mercado. Al igual que es necesario incentivar la agricultura local para que esta no compita con los precios de las multinacionales cuya alimentación no solo no es saludable para nosotros, sino que tampoco lo es para el medio ambiente. Ni que decir de la necesidad de una revolución en la forma de transporte, por ejemplo, el uso de ferrocarriles o trenes, y, por supuesto, el uso de energías renovables, algo aparentemente sencillo (en cuanto a razonamiento, digamos que es lógico) pero que ha recibido una fuerte resistencia por parte de los tiranos del capital que han lucrado por años con el petróleo.

En definitiva, es hora de percibir y aceptar nuestro lugar en el mundo para vivir en armonía con nuestro entorno, ser parte reconocida de la totalidad, para así recordar que “ser” es más importante que “tener”, algo que el modelo capitalista ha intentado por tanto tiempo hacernos olvidar.



BIBLIOGRAFÍA

Bellamy, J. (2000), La ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza. España: Ediciones de Intervención Cultural / El Viejo Topo

Jappe, A. (2017), La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción. España: Editorial Pepitas

Arias, A. (2018), La economía política del desastre, efectos de la crisis ecológica global. Madrid: Editorial Catarata

Naess, A. (2018), Ecología, comunidad y estilo de vida. Esbozos de una ecosofía. Buenos Aires: Prometeo Libros



Matilde Carreón García-Bedoya


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